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Miniatura vagón ganadero con garita para guardafrenos.. Por gentileza de Abdón González |
Juan Antonio Pérez
Juan Antonio Pérez era hijo del
señor Narciso y de la señora Manuela que vivieron en Puente del Ladrillo número
8, actualmente es un solar en calle Juan Manso esquina Sierra Nevada. Los que
éramos niños le recordamos sentado al sol, frente a su casa y casi siempre
leyendo aquellas novelas de tamaño reducido que se vendían principalmente en
los kioscos, sobre todo, los situados en las estaciones ferroviarias. Cuando
estaba en casa estaba permanentemente vigilando a los niños que estaban dentro
de su casa recibiendo educación de su esposa Teresa Durán (doña Tere). Tuvo dos
hijos: Pelayo y José.
Un hombre bueno que era muy querido por los niños y niñas que asistían a
la “escuela”. Siempre atento para resolver los conflictos y curiosidades
infantiles. Colaborador en la construcción del belén de la “escuela”.
Trabajó en Renfe como guardafrenos. Su compañera en el trabajo era un arca
hecha de madera, sin forrar, con la tapa llana y unas bisagras por uno de los
lados más largos y por el otro, unas alcayatas que abrazaban el candado de
abrir y cerrar el cajón. Una correa ancha se sujetaba en ambos lados más cortos
del arca que servía para colgarla sobre el hombro . En su interior iba una
sencilla despensa con alimentos básicos: patatas, pimentón, ajos, cebollas,
sal, tocino, huevos y hortalizas de temporada. Un pequeño farol y las
herramientas propias para manipular manualmente los frenos del vagón. Además de
los víveres y herramientas, Juan Antonio añadía varias novelas de Marcial
Lafuente Estefanía, publicaciones que además de adquirirlas pagando su precio,
podían cambiarse, una vez leídas, en los kioscos. Tenían un tamaño parecido a
la mitad de una cuartilla. Eran novelas para entretenerse en los largos ratos
que estaba en el pequeño espacio de la garita de los vagones. Los argumentos
eran muy sencillos lo que facilitaba su lectura. Los lectores se divertían con
los vaqueros, los indios, el sheriff, la chica más guapa, tiros y más tiros,
rifles, flechas… Todo se reducía al bueno y al malo o malos. Lógicamente ganaba
el bueno que como premio se llevaba a la chica más guapa del salón. Estaban
escritas con palabras muy fáciles de comprender.
En estos tiempos de las novelas
del oeste también se proyectaban películas con parecidos argumentos. Los pobres
indios siempre perdían. Los vaqueros que no tenían historia que contar se
convertían en héroes a base de tiros. Tanto en la lectura como viendo películas del oeste, el público
se divertía. El franquismo logró, por medio de estas publicaciones, que muchas
personas leyeran y estuvieran "distraídas".
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Reproducción modelismo ferroviario de vagón con garita |
Juan Antonio, con su arca al
hombro, iba y venía a la estación. El servicio podía ser hasta Medina del
Campo, Ávila, Plasencia, La Fregeneda, Zamora o Fuentes de Oñoro. Ocupaba la
garita del vagón asignado, normalmente era el último, y allí se mantenía horas
y horas pendientes, con sus miradas a través de pequeños huecos hechos en las
paredes del reducido habitáculo, y manteniendo permanente vigilancia para echar
el freno cuando fuera preciso. El freno se hacía mediante un volante de hierro
que giraba en ambas direcciones. Los vagones formaban trenes de mercancías cuyo
tráfico era muy lento, ya que en muchos pueblos había que hacer maniobras para
enganchar o desenganchar vagones, dejar o subir mercancías. Todo ello suponía
que el guardafrenos pasaba uno, dos, tres días fuera de su casa. Así que se
veía obligado a preparar la comida. Juan Antonio era, quizás por necesidad, un
extraordinario cocinero. Unas patatas cocidas con tocino, pimiento, cebollas,
bacalao seco, rehogadas con pimentón , pan y un buen trago de vino de la
botella forrada de cuerda era un menú muy frecuente.
Trabajo muy duro por la estrechez
de la garita, responsabilidad, frío, nieve, agua, calor y otras incomodidades
eran compañeras de los guardafrenos. Muchos guardafrenos sufrieron accidentes
por congelación o por golpes de calor. Los diferentes sonidos de la máquina,
parecido al lenguaje morse, se traducían en maniobras que había de realizar el
guardafrenos. Apretar el freno, aflojar el freno, recorrer los vagones en las
paradas, sustituir al jefe de tren, echar a los polizones,… eran algunas de esas tareas.
Tenga Juan Antonio, a través de estas
líneas, el reconocimiento de sus convecinos a su esfuerzo y trabajo duro que
realizó en unas condiciones físicas adversas e inseguras.
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