sábado, 28 de diciembre de 2024

HOMBRES Y MUJERES DE HIERRO: FERROVIARIOS

Miniatura vagón ganadero con garita para guardafrenos.. Por gentileza de Abdón González
 
GUARDAFRENOS

Juan Antonio Pérez      

        Juan Antonio Pérez era hijo del señor Narciso y de la señora Manuela que vivieron en Puente del Ladrillo número 8, actualmente es un solar en calle Juan Manso esquina Sierra Nevada. Los que éramos niños le recordamos sentado al sol, frente a su casa y casi siempre leyendo aquellas novelas de tamaño reducido que se vendían principalmente en los kioscos, sobre todo, los situados en las estaciones ferroviarias. Cuando estaba en casa estaba permanentemente vigilando a los niños que estaban dentro de su casa recibiendo educación de su esposa Teresa Durán (doña Tere). Tuvo dos hijos: Pelayo y José.

        Un hombre bueno que era muy querido por los niños y niñas que asistían a la “escuela”. Siempre atento para resolver los conflictos y curiosidades infantiles. Colaborador en la construcción del belén de la “escuela”.

        Trabajó en Renfe como guardafrenos.  Su compañera en el trabajo era un arca hecha de madera, sin forrar, con la tapa llana y unas bisagras por uno de los lados más largos y por el otro, unas alcayatas que abrazaban el candado de abrir y cerrar el cajón. Una correa ancha se sujetaba en ambos lados más cortos del arca que servía para colgarla sobre el hombro . En su interior iba una sencilla despensa con alimentos básicos: patatas, pimentón, ajos, cebollas, sal, tocino, huevos y hortalizas de temporada. Un pequeño farol y las herramientas propias para manipular manualmente los frenos del vagón. Además de los víveres y herramientas, Juan Antonio añadía varias novelas de Marcial Lafuente Estefanía, publicaciones que además de adquirirlas pagando su precio, podían cambiarse, una vez leídas, en los kioscos. Tenían un tamaño parecido a la mitad de una cuartilla. Eran novelas para entretenerse en los largos ratos que estaba en el pequeño espacio de la garita de los vagones. Los argumentos eran muy sencillos lo que facilitaba su lectura. Los lectores se divertían con los vaqueros, los indios, el sheriff, la chica más guapa, tiros y más tiros, rifles, flechas… Todo se reducía al bueno y al malo o malos. Lógicamente ganaba el bueno que como premio se llevaba a la chica más guapa del salón. Estaban escritas con palabras muy fáciles de comprender.

         En estos tiempos de las novelas del oeste también se proyectaban películas con parecidos argumentos. Los pobres indios siempre perdían. Los vaqueros que no tenían historia que contar se convertían en héroes a base de tiros. Tanto en la lectura como viendo películas del oeste, el público se divertía. El franquismo logró, por medio de estas publicaciones, que muchas personas leyeran y estuvieran "distraídas".


Reproducción modelismo ferroviario de vagón con garita

        Juan Antonio, con su arca al hombro, iba y venía a la estación. El servicio podía ser hasta Medina del Campo, Ávila, Plasencia, La Fregeneda, Zamora o Fuentes de Oñoro. Ocupaba la garita del vagón asignado, normalmente era el último, y allí se mantenía horas y horas pendientes, con sus miradas a través de pequeños huecos hechos en las paredes del reducido habitáculo, y manteniendo permanente vigilancia para echar el freno cuando fuera preciso. El freno se hacía mediante un volante de hierro que giraba en ambas direcciones. Los vagones formaban trenes de mercancías cuyo tráfico era muy lento, ya que en muchos pueblos había que hacer maniobras para enganchar o desenganchar vagones, dejar o subir mercancías. Todo ello suponía que el guardafrenos pasaba uno, dos, tres días fuera de su casa. Así que se veía obligado a preparar la comida. Juan Antonio era, quizás por necesidad, un extraordinario cocinero. Unas patatas cocidas con tocino, pimiento, cebollas, bacalao seco, rehogadas con pimentón , pan y un buen trago de vino de la botella forrada de cuerda era un menú muy frecuente.

        Trabajo muy duro por la estrechez de la garita, responsabilidad, frío, nieve, agua, calor y otras incomodidades eran compañeras de los guardafrenos. Muchos guardafrenos sufrieron accidentes por congelación o por golpes de calor. Los diferentes sonidos de la máquina, parecido al lenguaje morse, se traducían en maniobras que había de realizar el guardafrenos. Apretar el freno, aflojar el freno, recorrer los vagones en las paradas, sustituir al jefe de tren, echar a los polizones,… eran algunas de esas tareas.

        Tenga Juan Antonio, a través de estas líneas, el reconocimiento de sus convecinos a su esfuerzo y trabajo duro que realizó en unas condiciones físicas adversas e inseguras.

 


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