lunes, 29 de agosto de 2022

A LA MEMORIA DE ANTONIO ROMO


Querido Antonio:

Ya hace dos meses que nos dejaste, pero no nos dejaste; tu quisiste quedarte con nosotros para no llegar a ser ajeno ni a nosotros ni a los más necesitados. Nuestra fraternidad y nuestra cercanía no fue larga en el tiempo. A mi me tocó irme y vivir lejos, pero a partir del 1980, de tarde en tarde pudimos volver a saludarnos gracias a los animadores del Puente Ladrillo que nunca dejaron de ser activos en su profunda ilusión de hacer del Puente Ladrillo un verdadero jardín de fraternidad y de vitalidad comunitaria. Y ahí te encarnaste, querido Antonio, como verdadera fuerza del bien.

Antonio, ser verdaderamente fuerza de bien para todos suena a historia evangélica, suena a victoria sobre el egoísmo, suena a un mundo sin guerras, pero a un mundo de  intensos trabajos, para que mi vecino, el peregrino, el viajante de lejanas tierras pueda encontrar donde respirar, donde alimentarse, donde cuidar a su familia. Antonio ¿quién te amaestró en esa enseñanza de buscar al otro, de estar para el otro, de no adelantar lo de uno mismo, de escuchar la voz del niño, del huérfano, del enfermo y del ajeno para ir creando un mundo de esperanza, sin anhelos de poder. No buscaste seguridades, bueno, sí que buscaste seguridades, pero siempre para otros. Conocidos o desconocidos; cercanos o lejanos. Y ¿hasta dónde llegaron tus lenguas extranjeras? Seguramente llegó a ser necesario en pocas ocasiones. Lo que nunca pudo: faltar un corazón comunicativo y de inmenso alcance. ¿No fue lo tuyo algo semejante a aquella búsqueda de Ignacio de Loyola, que en su día caminó por Salamanca, de Isidro Labrador, de esa reciente Eusebia Palomino, bondad y entrega, de tierras de Salamanca? Antonio, no me toca decir que fuiste santo, pero por ahí andan esos vestigios.

¿No será que muchas cosas pueden ser heredadas por nosotros?  Todos te recordamos y los más necesitados sin duda alguna. ¿Y los enfermos? Y todos nosotros. Irradiabas lo que buscabas. Caminabas, pero nunca solo. No necesitabas campanas del vecindario. ¿Y por qué inventaron para ti ese nombre de Antonio? Que como aquel Antonio de Padua, nos sigas escuchando y sigas estando cerca de nosotros.


Jesús Arambarri


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