martes, 12 de julio de 2022

LOS TRENES DE LA AMISTAD II


Un nuevo tren pasa por el barrio de Puente de Ladrillo sobre raíles de amor. En él se ha subido un nuevo viajero y que provoca un murmullo de curiosidad entre el resto de compañeros de viaje. El desconocido personaje, es un hombre seco de carnes, estatura media tirando a baja, enjuto de carnes, complexión recia, manos fuertes como si el agua, el viento y el sol hubiesen esculpido para dar ayuda, nariz generosa, orejas grandes y despegadas, aparente y engañosa debilidad física, buen color de piel ennegrecida como la tenían los campesinos castellanos en la festividad de la Virgen una vez recolectada la cosecha. Descuidado en la vestimenta y con gafas de gran tamaño que hacían pensar que se habían adquirido en una tienda de "todo a cien". Se intuía que detrás de sus gafas se camuflaba un temperamento fuerte. Algunas viajeras, que para eso y para todo lo demás las mujeres son más inteligentes y atrevidas, se acercaron para presentarse y ofrecerle su amistad. ¿Y usted a dónde va? ¿A qué se dedica usted? ¿Quiere usted una perrunilla? ¿Está usted muy delgado? Con mucha timidez, el desconocido viajero se convirtió en un participante más de la entretenida conversación, mientras el tren traqueteaba por las juntas de los raíles.

El tren de la amistad había comenzado a bufar con gran contento de los viajeros. Antonio era el nombre del nuevo viajero. Habíase iniciado un viaje de un tren de amistad que terminaría en el año 2015. Poco a poco, Antonio fue confiando a las curiosas viajeras algunos detalles de su vida.  "Me gusta el arroz y, sobre todo cocinarlo". Una de las mujeres, pensó para sí, no sin cierta maldad: ¡Claro es lo más socorrido en una casa, se hace rápido y además admite todos los restos de alimentos y si no los hay, también se cocina el arroz! “Me gusta mucho el café, a todas horas tomo un café del puchero". "El plato preferido es la tortilla francesa, eso sí, de un solo huevo". También disfruto tomando e invitando a a una caña de cerveza". En un breve tiempo, el amigo Antonio, había dado buena cuenta de medio paquete de Celtas, de esos que tenían impreso en la cajetilla un aparente vikingo verdoso.

Otra de las mujeres, no contenta totalmente con las respuestas de Antonio, volvió a la carga y directamente le preguntó, ¿y usted en que trabaja? Antonio, sorprendido, y temeroso de la respuesta que pudiera dar, sólo dijo: " Estoy aquí, porque me lo ha dicho don Heliodoro". En ese momento dos mujeres cuchichearon, bajando la cabeza y tapándose la boca con las manos: "otra vez Heliodoro haciendo de las suyas, enviando a un pobre hombre para que le resuelva sus problemas". Antonio, sin darse por ofendido, continuó dando detalles de su trabajo: "Soy empleado de un empresario extranjero y judío, al que llaman Jesús. Conjuntamente haremos lo que podamos".

 Antonio tomó muy pronto la iniciativa en el parlao, para sorpresa de la mayoría de los viajeros. Sus palabras eran de amistad, de acercamiento, de cariño hacia sus compañeros de viaje. Daba la impresión de que su Empresario estaba haciendo de las suyas orientándole en su trabajo. Jacinto, uno de los viajeros, le ofreció una bota llena de un liquido muy rojo, parecía vino, pero viniendo de Jacinto podía ser cualquier otro brebaje. Antonio, intentando agradar, hizo el ademán de empinar la bota. Las `perrunillas y el vinillo animó la conversación en el grupo de viajeros, cada vez mayor en cuanto a participantes.

Fue de gran contento el capitulo que dedicó a otros trenes de su vida en los que, siendo niño, viajando con su respetado padre pasaba, haciendo una breve parada, por las vías de la estación del Puente de Ladrillo. De sus palabras rezumaba una gran pasión y orgullo por su tierra de Aldealengua. Presumía, con gran acierto y justicia, de su vocación familiar y de él mismo de ser unos hortelanos que amaban el trabajo, disfrutando de los frutos que la tierra les regalaba.

En el año 2014, recorrió por todos los vagones del tren de la amistad el rumor de que iban a ¡echar a Antonio y Paco de Puente Ladrillo! Algunos viajeros fuimos al vagón cafetería y, después de un rato de intercambio de opiniones, llegamos a la conclusión de que era un bulo creado por algún sector conservador y carca de la sociedad salmantina.

No fue así. En una de las paradas del tren, subió un personaje siniestro, de pocas palabras, poco habituado a viajar junto a otros viajeros, con mirada provocadora, irrespetuoso, con vestimenta típica de las personas que viven en lujosos despachos, de los pastores que atienden a sus ovejas a través de circulares, papeles, móviles y más móviles, y con un fuerte olor a perfume de naftalina. Se dirigió, como un rayo exterminador y con el dedo índice extendido, a Antonio: "has de bajarte de este tren aquí y ahora mismo". Antonio, obediente todo, se bajó del tren de la amistad.

El resto de viajeros incrédulos, quedaron sumidos en el silencio, incapaces de reaccionar ante la forma y los hechos que había protagonizado el siniestro personaje.

Antonio y Paco, bajaron del tren sin justificación pública en el año 2015. A Antonio le brillaban los ojos, que algunos interpretamos como una evidente señal de cansancio, de agotamiento, de dolor y de pena. Fuimos pocos a celebrar su abandono impuesto. Durante la ceremonia del abandono, vestido con casulla de un verde esperanzador, tú Antonio, abriste los brazos. En ese gesto nos sentimos abrazados todos los viajeros de ese tren que habíamos compartido y, a la vez, pudimos comprobar que tu Jefe, el empresario judío, seguía a tu lado.

Ahora ya teníamos claro ¿en qué trabajabas? Antonio trabajaba en hacer cosas buenas. Antonio, como don Quijote, se dedicó a deshacer agravios.

Nos has dejado tres "mandatos" ORAR, COMPARTIR y SOLUCIONAR.

En un humilde bar del barrio de Puente de Ladrillo, tomando una caña, nos entregaste el testigo de tu esfuerzo y amor por y para los demás. En los próximos días iremos reflexionando sobre los detalles de estos "mandatos" convertidos en tareas y que se encuentran en el equipaje de los viajeros que suban a los trenes de la amistad, que se deslizan sobre raíles de amor.

Santiago  G.  Velayos  García         

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