Un nuevo tren pasa por el barrio de Puente de
Ladrillo sobre raíles de amor. En él se ha subido un nuevo viajero y que provoca
un murmullo de curiosidad entre el resto de compañeros de viaje. El desconocido
personaje, es un hombre seco de carnes, estatura media tirando a baja, enjuto
de carnes, complexión recia, manos fuertes como si el agua, el viento y el sol
hubiesen esculpido para dar ayuda, nariz generosa, orejas grandes y despegadas,
aparente y engañosa debilidad física, buen color de piel ennegrecida como la
tenían los campesinos castellanos en la festividad de la Virgen una vez
recolectada la cosecha. Descuidado en la vestimenta y con gafas de gran tamaño
que hacían pensar que se habían adquirido en una tienda de "todo a
cien". Se intuía que detrás de sus gafas se camuflaba un temperamento fuerte. Algunas viajeras, que para eso y para todo lo
demás las mujeres son más inteligentes y atrevidas, se acercaron para
presentarse y ofrecerle su amistad. ¿Y usted a dónde va? ¿A qué se dedica
usted? ¿Quiere usted una perrunilla? ¿Está usted muy delgado? Con mucha
timidez, el desconocido viajero se convirtió en un participante más de la
entretenida conversación, mientras el tren traqueteaba por las juntas de los
raíles.
El tren de la amistad había comenzado a bufar
con gran contento de los viajeros. Antonio era el nombre del nuevo viajero.
Habíase iniciado un viaje de un tren de amistad que terminaría en el año 2015.
Poco a poco, Antonio fue confiando a las curiosas viajeras algunos detalles de
su vida. "Me gusta el arroz y,
sobre todo cocinarlo". Una de las mujeres, pensó para sí, no sin cierta
maldad: ¡Claro es lo más socorrido en una casa, se hace rápido y además admite
todos los restos de alimentos y si no los hay, también se cocina el arroz! “Me
gusta mucho el café, a todas horas tomo un café del puchero". "El
plato preferido es la tortilla francesa, eso sí, de un solo huevo". También
disfruto tomando e invitando a a una caña de cerveza". En un breve tiempo,
el amigo Antonio, había dado buena cuenta de medio paquete de Celtas, de esos
que tenían impreso en la cajetilla un aparente vikingo verdoso.
Otra de las mujeres, no contenta totalmente con
las respuestas de Antonio, volvió a la carga y directamente le preguntó, ¿y usted
en que trabaja? Antonio, sorprendido, y temeroso de la respuesta que pudiera
dar, sólo dijo: " Estoy aquí, porque me lo ha dicho don Heliodoro".
En ese momento dos mujeres cuchichearon, bajando la cabeza y tapándose la boca
con las manos: "otra vez Heliodoro haciendo de las suyas, enviando a un
pobre hombre para que le resuelva sus problemas". Antonio, sin darse por
ofendido, continuó dando detalles de su trabajo: "Soy empleado de un
empresario extranjero y judío, al que llaman Jesús. Conjuntamente haremos lo
que podamos".
Antonio
tomó muy pronto la iniciativa en el parlao, para sorpresa de la mayoría de los
viajeros. Sus palabras eran de amistad, de acercamiento, de cariño hacia sus
compañeros de viaje. Daba la impresión de que su Empresario estaba haciendo de
las suyas orientándole en su trabajo. Jacinto, uno de los viajeros, le ofreció
una bota llena de un liquido muy rojo, parecía vino, pero viniendo de Jacinto
podía ser cualquier otro brebaje. Antonio, intentando agradar, hizo el ademán
de empinar la bota. Las `perrunillas y el vinillo animó la conversación en el
grupo de viajeros, cada vez mayor en cuanto a participantes.
Fue de gran contento el capitulo que dedicó a
otros trenes de su vida en los que, siendo niño, viajando con su respetado padre
pasaba, haciendo una breve parada, por las vías de la estación del Puente de
Ladrillo. De sus palabras rezumaba una gran pasión y orgullo por su tierra de
Aldealengua. Presumía, con gran acierto y justicia, de su vocación familiar y
de él mismo de ser unos hortelanos que amaban el trabajo, disfrutando de los
frutos que la tierra les regalaba.
En el año 2014, recorrió por todos los vagones
del tren de la amistad el rumor de que iban a ¡echar a Antonio y Paco de Puente
Ladrillo! Algunos viajeros fuimos al vagón cafetería y, después de un rato de
intercambio de opiniones, llegamos a la conclusión de que era un bulo creado
por algún sector conservador y carca de la sociedad salmantina.
No fue así. En una de las paradas del tren,
subió un personaje siniestro, de pocas palabras, poco habituado a viajar junto
a otros viajeros, con mirada provocadora, irrespetuoso, con vestimenta típica
de las personas que viven en lujosos despachos, de los pastores que atienden a
sus ovejas a través de circulares, papeles, móviles y más móviles, y con un
fuerte olor a perfume de naftalina. Se dirigió, como un rayo exterminador y con
el dedo índice extendido, a Antonio: "has de bajarte de este tren aquí y
ahora mismo". Antonio, obediente todo, se bajó del tren de la amistad.
El resto de viajeros incrédulos, quedaron
sumidos en el silencio, incapaces de reaccionar ante la forma y los hechos que
había protagonizado el siniestro personaje.
Antonio y Paco, bajaron del tren sin justificación pública en el año 2015. A Antonio le brillaban los ojos, que algunos interpretamos como una evidente señal de cansancio, de agotamiento, de dolor y de pena. Fuimos pocos a celebrar su abandono impuesto. Durante la ceremonia del abandono, vestido con casulla de un verde esperanzador, tú Antonio, abriste los brazos. En ese gesto nos sentimos abrazados todos los viajeros de ese tren que habíamos compartido y, a la vez, pudimos comprobar que tu Jefe, el empresario judío, seguía a tu lado.
Ahora ya teníamos claro ¿en qué trabajabas? Antonio
trabajaba en hacer cosas buenas. Antonio, como don Quijote, se dedicó a
deshacer agravios.
Nos has dejado tres "mandatos" ORAR,
COMPARTIR y SOLUCIONAR.
En un humilde bar del barrio de Puente de
Ladrillo, tomando una caña, nos entregaste el testigo de tu esfuerzo y amor por
y para los demás. En los próximos días iremos reflexionando sobre los detalles
de estos "mandatos" convertidos en tareas y que se encuentran en el
equipaje de los viajeros que suban a los trenes de la amistad, que se deslizan
sobre raíles de amor.
Santiago G. Velayos García
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